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¿Qué quiere Dios de vos?

El mensaje de los profetas: Esperanza para la reconstrucción

Miqueas 6



Miqueas es uno de los llamados "profetas menores" porque su libro es muy corto. Fue

contemporáneo del profeta Isaías, pero mientras que Isaías escribió el segundo libro más extenso de toda la Biblia, Miqueas escribió el más corto. Hay una relación similar entre otros dos profetas, Hageo y Zacarías, que también predicaron en el mismo tiempo. Uno era grandilocuente, dueño de una gran oratoria, y el otro era sencillo. Hageo y Miqueas hablaron en tiempos de gran injusticia y opresión. Eran sencillos, o como decimos en Argentina, iban al grano, al hueso.


Cuando leemos Miqueas 6, el relato nos sitúa frente a una corte de justicia donde Dios es el acusador y el juez. Allí lo vemos presentar cargos contra la sociedad en la cual vivía Miqueas, una sociedad injusta, opresora y corrupta, partiendo desde sus líderes, a quienes también se los declara culpables y se los sentencia. Dios hace una denuncia contra el pueblo y los acusa de haberse olvidado de él. Les recuerda su gracia, el amor que demostró hacia ellos cuando los salvó de Egipto, cuando los llevó por el desierto y cuando los introdujo en la tierra prometida. Dios les recuerda, con puntos y comas, una serie de acciones que él había hecho a favor de ellos y que el pueblo había olvidado. Cuando nos olvidamos de Dios, damos lugar a las injusticias, la opresión y la corrupción. Lo mismo sucede cuando una sociedad olvida a Dios y es precisamente eso lo que estaba sucediendo en la sociedad de Miqueas: el pueblo se había olvidado del Dios de amor, del Dios de gracia, del Dios cercano, que quería mostrar cercanía y que efectivamente estaba cerca de ellos.


¿Con qué me presentaré delante del Señor y adoraré al Dios Altísimo?: esa era la pregunta que se hacía Miqueas, o la que se hizo el pueblo, después de oír la acusación de Dios. ¿Cómo

me voy a presentar delante de Dios? Es la pregunta del millón. Es una pregunta que nosotros también nos podemos hacer en estos tiempos: ¿Qué es lo que Dios espera de mí? ¿Cómo puedo acercarme a Dios? ¿Cómo puedo relacionarme con él?


La primera respuesta que asoma en la mente del pueblo es la respuesta que nos da la religión: ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará el Señor de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? Estas palabras dan cuenta de un sistema religioso que existía en esa época. Dios mismo había establecido que, para relacionarse con él, tenía que haber un sacrificio de por medio. Todo esto prefiguraba a Jesús, o como dice la carta de Hebreos, apuntaba a Cristo. El inconveniente en este punto es que el pueblo había convertido esta práctica en un ritual, casi como si lo hubieran copiado de los rituales de las naciones paganas. Estas naciones también tenían "dioses", dioses falsos a los que adoraban, y se relacionaban con ellos a través de rituales.


Estos dioses paganos eran los dioses de los poderosos; eran dioses que respondían solo si las personas hacían un montón de sacrificios y un enorme esfuerzo, algo expresado aquí en términos de "millares de carneros" y "diez mil arroyos de aceite". Eran religiones para los poderosos. El pueblo tenía la idea de que cuanto más hagas para Dios, cuantos más rituales realices, cuanto más empeño pongas en cumplir el ritual al pie de la letra, más probable es que Dios te escuche. ¿Quiénes podían hacer todo esto? ¿Quiénes podían matar millares de carneros, derramar diez mil arroyos de aceite y ofrecer los becerros más gordos? Solo los más poderosos, los que tenían los medios. El profeta aquí denuncia que esta religión es una forma equivocada de acercarnos a Dios y que incluso es destructiva para las familias. Las religiones paganas y las ideologías modernas destruyen al prójimo, destruyen la imagen de Dios, la familia y el sentido de comunidad.


Nada se aleja más de lo que este Dios demandaba de su pueblo. Miqueas lo describe de una manera asombrosa. "Quién como este Dios": eso significa el nombre Miqueas. No hay dios como este Dios. Este Dios es incomparable y lo que él desea es poner a todas las personas al mismo nivel. Él no quiere cosas de vos; quiere tu vida. Dice el Salmo: "Sacrificio y ofrenda no te agrada [...]. Entonces dije: He aquí, vengo" (Salmos 40:6-7). Las palabras del salmista sintetizan el deseo de Dios expresado en Miqueas. Dios no quiere tus cosas; no quiere tus sacrificios ni tu concepto de ritualidad. Quiere tu vida. ¿Qué significa que quiere tu vida? ¿En qué se expresa? En un estilo de vida. Eso es lo que Dios pide.


Dios te ha declarado lo que es bueno y qué pide el Señor de vos. Todo lo que Dios pide es positivo, es proactivo, es provida, y se resume de una manera muy sencilla. El profeta deja en claro que lo que Dios quiere de vos es tu vida en dos sentidos: personal y comunitario. Miqueas habla en términos del gran mandamiento hacia el prójimo y del gran mandamiento hacia Dios. Esos dos mandamientos sintetizan todo el deseo de Dios para nuestra vida. ¿Qué significa tener una relación con Dios? Significa que "amarás a Dios con todas tus fuerzas, con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo". Me permito resumir el llamado de Miqueas en una frase: la relación que Dios quiere tener con vos se expresa en acciones concretas, que parten de motivaciones correctas, y que vienen de un corazón y de una vida que ha sido transformada y reconciliada con Dios. Ese es el punto del profeta cuando nos dice que Dios solamente nos pide hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante Dios.


La palabra "justicia" proviene del término hebreo mizpah, que da cuenta de una reparación de las relaciones, una rectificación que pone a las personas en un plano de igualdad y equidad, una restauración de lo que Dios esperaba de todos los hombres y todas las mujeres, que es que tuvieran entre ellos una relación que reflejara lo que eran: imagen de Dios. Las acciones justas reflejan el carácter de Dios. ¿Qué espera el Señor de vos? Acciones concretas que reflejen el carácter de Dios. En Mateo 25, se dice que, en el final de los tiempos, Dios va a establecer un termómetro de la espiritualidad. ¿Qué mide ese termómetro? Nada menos que cómo has tratado a tu prójimo, si hiciste justicia o no hiciste justicia, si buscaste reparar. En este tiempo tan doloroso, ¿qué espera el Señor de vos? Acciones concretas que busquen reparar los lazos quebrados, las relaciones que han sido destruidas y los yugos de opresión y de sufrimiento. La palabra reparación expresa el carácter de Dios.


La Biblia describe cuatro tipos de personas vulnerables: la viuda, el huérfano, el pobre y el extranjero. ¿Qué quiere el Señor de vos? Que te expreses en acciones concretas, en actos que reflejen el carácter y la justicia de Dios hacia aquellos que han sido desplazados a los márgenes de la sociedad, fuera del plano evidente de la fama y el éxito. Hoy en día, quizás hablaríamos también de los "sin techo", los abuelos y las abuelas, que después de años de trabajar han sido desplazados y olvidados, o las madres solteras que están luchando frente a determinadas realidades. El Señor nos está desafiando. Si te preguntás cómo expresar tu espiritualidad en este tiempo, la respuesta está en hacer justicia, en realizar acciones concretas con miras a reparar lo que está roto y mostrar el carácter de Dios.


Personalmente, al leer este pasaje, pensaba que uno de los ámbitos donde se nos llama a reparar es en nuestras vocaciones. A partir del versículo 9, donde el profeta pide cosas muy prácticas, describe actos que hablan de mostrar justicia e integridad en las vocaciones laborales. Menciona las balanzas y habla de no usar pesas engañosas. Habla de que nuestras acciones no sean escuetas y detestables, sino que abramos el corazón. Denuncia la mentira y nos llama a dejar de ser colmadores de rapiña. Dios está esperando que en este tiempo reflejemos nuestra relación con él en el plano personal y a través de acciones concretas.


¿Qué espera el Señor de vos? Que hagas justicia en lo personal y en lo comunitario. Pidamos al Señor que nos guíe para entender cómo hacerlo; pongámoslo en oración con la conciencia de que esto es un proceso. Nunca es un buen momento para ponerlo en práctica. Siempre tendremos la excusa de la comodidad o de las circunstancias, o que no es el momento apropiado para tu vida, pero te animo a detenerte y preguntarte qué espera el Señor de vos en este tiempo, ahora que, como en los tiempos de Miqueas, vivimos un período de gran opresión y sufrimiento. La respuesta son acciones concretas que reflejen su justicia divina y la búsqueda de una reparación. Estas acciones nos ayudarán a levantar una nueva sociedad que refleje a Dios. Ese es su deseo: que luchemos por extender el reino de Dios propagando su justicia.


Si nos volvemos unas páginas hacia Miqueas 4, donde el profeta tiene una visión sobre el final de los tiempos, Dios nos dice a través de sus palabras que vendrá un tiempo en que las armas se convertirán en herramientas de trabajo y se reconstruirán las ruinas de esa sociedad. El profeta estaba hablando de estos tiempos, de nosotros, que tenemos a Cristo, un Cristo que ha venido para extender su reino y ha llamado a su iglesia a ejercer y hacer justicia.


El segundo elemento de lo que Dios desea para su pueblo es lo que vimos unos párrafos atrás, cuando hablamos de acciones concretas que parten de las motivaciones correctas. Después de hacer justicia, Dios nos llama a amar misericordia. La palabra "misericordia" se traduce del término hesed, una palabra de una enorme riqueza en el hebreo antiguo. Alude a un amor comprometido, que es reflejo del amor de Dios hacia nosotros. Nuestras acciones no son meros actos mecánicos. Cuando se vuelven mecánicas, se transforman otra vez en un ritual. La misericordia parte de un corazón que ve al otro como par, como un ser humano vinculado a uno mismo, como alguien con quien compartimos una relación de vida profunda. La misericordia es amor. Dios nos llama a hacer justicia y amar misericordia desde una motivación profundamente arraigada en el amor al prójimo. Ese amor va más allá del sentido del deber o de lo que tenemos que hacer.


En esta sociedad cada vez más alejada de Dios, hemos ido perdiendo la noción del deber hacia el prójimo. Ya no nos sentimos en la obligación de ejercer misericordia, ya no se percibe la compasión como un deber instituido; hemos perdido de vista los fundamentos del amor al prójimo y, por lo tanto, carecemos de motivos para aplicarlo. Cuando nos alejamos de Dios, nos alejamos del concepto de justicia y de amor al prójimo, pero qué maravilloso es el mensaje del profeta, que nos llama a amar misericordia. Amar misericordia es fruto de haber visto al otro como me veo a mí mismo y de verme a mí mismo en el otro. Evocar esa relación nos lleva a procurar que el otro sea dignificado y nos motiva a buscar un acercamiento.


Es interesante apreciar un concepto que subyace a esta búsqueda de generar un acercamiento, que es nada menos que el concepto de pacto. Cuando el profeta habla de la misericordia, se refiere al intento de acercar al otro a nosotros, no solo en un vínculo de amor, sino en el marco de una relación de amor comprometido. Las acciones concretas no son meros actos de ayuda; son también palabras y expresiones con las que buscamos involucrarnos con la otra persona. En términos de evangelismo, se trata de hablar de ese amor profundo que ha transformado nuestra vida. Necesitamos realizar acciones concretas, pero que partan de las motivaciones correctas.


En estos tiempos de pandemia, donde no podemos abrazarnos físicamente, aún podemos abrazar por medio de acciones, o sonrisas, o palabras de amor que reflejan lo que hay en nuestro corazón, que reflejan que hay algo diferente y que no hacemos lo que hacemos de forma mecánica, ni como parte de un programa o un plan. Quisiera alentarte a no solamente hacer cosas, sino a hacer las cosas de tal manera que expreses con esos actos lo que hay en tu corazón, ese amor profundo que motiva las acciones. Que tus acciones sean el fruto que emana de una vida reconciliada con Dios.


Todo esto está basado en el segundo mandamiento de las tablas de la ley, pero sería inconcebible sin contemplar antes el primer mandamiento, que es amar a Dios. No es posible amar al prójimo si no amamos a Dios. No es posible amar al prójimo si no hemos sido alcanzados por el amor de Dios. El profeta concluye su declaración sobre lo que Dios pide de nosotros sentando el fundamento que nos vuelve capaces de hacer justicia y amar misericordia: humillarte ante tu Dios. Es imposible cumplir con los primeros puntos si no hemos sido tocados por Dios. El problema de aquella sociedad es que se había alejado tanto de Dios que acabó alejándose también del prójimo. Miqueas se ve en la necesidad de expresarse en términos prácticos y decir al pueblo: "¿Querés saber por qué te alejaste de Dios? ¿Querés saber cuán alejado de Dios estás? No me digas que orás todo el tiempo, ni que hacés esto, aquello o lo otro. Te quiero mostrar cuán alejado de Dios estás: mirá como tratás a tu prójimo, especialmente a los olvidados, a los que no te van a traer éxitos porque hagas algo por ellos, o a los que tal vez no se van acordar de vos". De eso se trata la espiritualidad.


Sin embargo, la espiritualidad solo emana de un encuentro con Dios, o como lo dice el profeta, de humillarte ante tu Dios. Este llamado a humillarte ante Dios es una invitación a reconocer que Dios te creó. Es una invitación a entregar el control de tu vida. Humillarse ante Dios es también una expresión de arrepentimiento. Arrepentimiento era la respuesta que Dios esperaba del pueblo luego de recibir el mensaje de Miqueas. Arrepentirnos es reconocer que nos hemos alejado de Dios, que estamos alienados de un Dios que es hermoso. Martín Lutero decía: "La vida cristiana es una vida de continuo arrepentimiento". Es una invitación a tener fe. La razón por la que Miqueas dice que te humilles delante de Dios es que Dios quiere que te reconcilies con él. Él te invita a depositar tu confianza en él, a poner tu fe en él, sabiendo que es un Dios que perdona.


El libro de Miqueas termina en el capítulo 7, versículo 20, pero un poco antes del final, en el versículo 18, Miqueas desafía a todos los dioses de todas las demás naciones. Él desafía a todas las demás religiones diciendo al Señor: "¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia". ¿Quién como este Dios? ¿Quién es incomparable como este Dios? ¿Quién es como él? ¿Quién como este Dios que nos perdona de tal manera que derrama en nosotros su misericordia y transforma nuestras vidas? Esa es la razón por la que Miqueas nos invita a tener fe.


Volvamos a Miqueas 6:7, que dice: "¿Daré mi primogénito por mi rebelión?". Eso es lo que decía el pueblo delante de Dios. Hacían lo mismo que las naciones paganas: entregaban a sus hijos y los sacrificaban para obtener la aprobación y el beneplácito de los dioses. Hoy, desde este lado de la historia, podemos entender el milagro del evangelio de la buena noticia de Jesús: Dios dio a su Hijo para reconciliarnos consigo mismo. Esto que hoy parece una ironía es el mensaje de la fe cristiana: que este Dios nos perdona a través de Jesús, que él dio a su propio Hijo como nuestro sustituto para que él pagara por nuestros pecados. Este es el misterio de la fe cristiana, que va mucho más allá de la moralidad. Es un misterio que transforma: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1). Fuimos justificados por la fe en Cristo Jesús y gracias a él tenemos paz con Dios. Dios nos invita a abrazar por la fe este perdón. En eso se resume el mensaje de Dios para toda esta sociedad: humillarte ante tu Dios y, en consecuencia, vivir el amor al prójimo como respuesta a esta gracia, motivados por la gratitud.


Recuerdo que, hace ya muchos años, se acercó a la iglesia La Misión un señor que vivía en una villa (un barrio pobre de la Ciudad de Buenos Aires). Fue una noche en que yo estaba dando un mensaje parecido a este. En medio de la reunión, este hombre entró a la iglesia y se sentó atrás de todo. Era un hombre muy temido en su barrio, pero mientras estaba acostado en su casa, escuchó una voz que le dijo: "¿Qué hacés ahí tirado en la cama?". Entonces se levantó y caminó unos cuantos kilómetros hasta llegar a nuestra iglesia, que conocía porque su hija chiquita venía a la escuela dominical. Cuando se sentó allí atrás y empezó a escuchar de un Dios que perdona y de un Dios que transforma nuestra vida, el hombre comenzó a llorar, pero yo no lo sabía. Al final de la reunión, sin haberlo visto llorar, me acerqué a saludarlo y él me dijo: "Pastor, ¿qué tenés que hacer mañana? ¿Podés venir a mi casa?".


Cuando llegué a la casa al día siguiente, un día lunes, lo vi a él con su familia. Vivía con sus cinco hijos en un lugar muy pequeño. Se notaba que estaban golpeados por el dolor, la opresión, el sufrimiento y la injusticia. Este hombre tuvo allí un encuentro con Dios y en ese mismo lugar les pidió perdón a su esposa y a sus hijos. En el transcurso de pocas semanas, su vida se transformó de una manera tremenda. A los pocos días, me invitó otra vez a su casa. Esta vez, la casa estaba llena de gente y todos escuchaban su testimonio. De ese lugar surgió después un comedor y luego una cooperativa. Muchas vidas y familias fueron transformadas en aquel lugar.


Mi intención al contar esta historia es plasmar el mensaje de Miqueas en los términos concretos de un ejemplo, de una historia de vida. El mensaje del profeta es el mensaje de lo que Dios quiere hacer en tu vida, en mi vida, en la vida de nuestra comunidad en Buenos Aires y en nuestros barrios. Él quiere transformar a un pueblo entero. ¿Qué espera el Señor de vos? Que hagas justicia, que ames la misericordia y que te acerques a tu Dios en humildad.

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